miércoles, 5 de octubre de 2011

                    UN TÍPICO DÍA EN LA CENTRAL

Hoy, como todos los días, estaba haciendo la fila para recibir mi almuerzo en la Cafetería Central, alrededor de la 1:00 p.m.; como siempre la fila era muy larga, y el servicio lento.

Delante mío, había un joven estudiante de medicina, que estaba pidiendo su almuerzo; la señora que lo atendía le preguntaba que quería, y él, la contradecía en todo (si ella le ofrecía arroz, él pedía más sopa, si ella de ofrecía más tajadas, él se negaba y pedía más carne), cuando de lo más inesperado, la señora se rebotó y le dice en un tono muy grosero: “que pena joven, pero esto es lo que hay, y no le voy a cambiar el menú”, a lo que el muchacho respondió en igual tono “deme todo lo que yo le pida que para eso hay plata”.

Al presenciar semejante escenita, me limité a aceptar todo lo que la señora me ofrecía, - y yo acostumbrada a pedir siempre más tajadas  -con el tono más amable que pude, y con una sonrisa de niña tierna para que no se fuera a desquitar conmigo, no fuera que me pasara lo mismo, pues a diferencia del joven, yo no tenía más plata para escoger lo que sea, en las cantidades que quiera.

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